sábado, octubre 18, 2014

Urbe (1)

No hay nada que se quede sin entregar desde la bóveda. Todo el músculo desde los dientes hasta la garganta: el flujo pluvial y absoluto, desplegado. Resulta la embestida lingual, la torcedura húmeda, el amalgamiento orgánico. Luego punzan los extremos hábiles de las diáfanas entregas al dolor absoluto, la confianza básica como única fuente posible de sumisión. También, el sofocamiento dentro del refugio de vidrio y el vaho vasto desde la conversación franca. Pero luego, la hora final trae el desprendimiento hacia la máscara. Otras pestañas hacia la misma boca de donde suenan las obvias palabras parcas, las logísticas y rectas y sin latidos; otros oídos. Llueve para acercar el cielo a las coronillas. Y las cinturas: en extremos opuestos de la ciudad estridente y exhausta.