domingo, octubre 29, 2006

Epitafios de un viajero sediento

Fluyes amable en todo momento, río caudaloso, ajetreado y constante, anónimo y triste. Mientras tus azules destellos rozan las ramas y las flores cual sonrisas, acuden a ti cuando te calmas, río tormentoso, las criaturas perdidas y marchitas... cuando la noche, tan fría, tan húmeda, la única que te ha domado, te vigila y en ti observa su rostro de sombras y su sonrisa menguante. Se observan las criaturas, se pierden en su propio reflejo. Tú les indicas su camino, les acaricias, les seduces con tus dedos húmedos, suaves, de rocío, y se quedan como hipnotizados, por tanto tiempo que no saben ya en dónde se encuentran, no saben si su alma se ha quedado atrapada bajo tus aguas… Y se preguntan entonces si todos tus destellos y sonrisas diurnas son en realidad almas que por fin descansan luego de visitarte. Intentan entonces acariciarte en su propio reflejo, pero se rompe en mil círculos cobardes, concéntricos... ¡Qué ingenuas! Tan ingenuas son estas criaturas que creen que tomando algunas gotas de tu cuerpo acabarán con esa monstruosa sed que las tortura desde hace tanto tiempo. Y cuando te beben, pierden lo poco que de ellas quedaba… pero tú, río traidor, las abrazas con tanta pasión, con tanto calor, los abrumas, los envuelves de paz efímera, sienten que las proteges, mientras las arrastras hacia tus adentros… y piensan estos seres que su vacío es llenado por tu tierna compasión y no se resisten, ni niegan, ni luchan, sólo inhalan... y sus cuerpos solos, tan solos como siempre, se llenan de ti, pues te tragas sus almas... Malvado eres, río desolado, que calmas tu sed con iras desoldadas, que ahogas tu llanto en el reflejo de esas pobres criaturas de la noche... Tan cruel eres, que te alimentas de tristezas, de ilusiones y furias, de agonías que no te pertenecen, ni han de pertenecerte jamás. Pero no te sientas culpable: la inmensa paz que tú no posees protege a estas almas de tu infinita avaricia. No llores, río perdido, confuso y sin rumbo... descansa en tu cauce mientras el océano devora tus miserias y acaba con tu acuosa soledad.

miércoles, octubre 18, 2006

Viejas penas

Corta cual dagas el viento suspirando en el campo. Tañen las rocas al juntarse a ciegas entre las sombras. Y corro. Y huyo y me canso. Y me hastío y lloro. Y caigo en el pasto y mis ojos escudriñan la niebla y el agua salada de mi asquerosa confusión, inundando las flores que, protegiéndose, cierran sus aromas centrales a la noche y a los fugitivos. Y pesan las penas, me aplastan el pecho, incineran mis pulmones, paralizan mi nuca.

Y luego de lo que me parecieron cinco largos siglos llega por fin la noche ligera. La noche sutil, la noche marchita. Y llora conmigo al principio, pero toma mi lugar y me impide o me prohíbe llorar. Gime por mí, se desgarra por mí... De repente se vuelve frágil, una extraña luz la atraviesa, se hace transparente... los pájaros curiosos la quiebran con la punta de sus alas y se la tragan con el roce de sus picos y el eco del reloj de mis entrañas parece gritarle a la noche traidora que lo deje en paz, que deje a su tiempo avanzar uniforme, constante, como es su vieja costumbre... y en respuesta grita y sufre la noche, mientras yo observo impávida su extraño comportamiento y me volteo luego hacia la niebla difuminada, a mi pavor huidizo, al rocío espolvoreado, a mi cobardía pulverizada, a las rosas solitarias, a la angustia de mis años, a los sabios sauces que hasta el momento todo vigilaban, a mi ignorancia, a la oscuridad y a mi reflejo desconocido, a mis risas, a mis dudas, a mis besos, a mis pasos...

E inhalo de repente, a bocanadas, como si los manjares del aire fueran novedad en mis pulmones. Y me pongo en pie, sorprendida, con mis viejas penas sobre mi cabeza que aún da vueltas... Y subo mi mirada... la niebla huye, maldice a las estrellas, y siento en mi pecho la fría caricia de la noche, ya calma...
¡Ah mis penas!... La noche las contempló, las tomó, las acarició, me las robó, las sufrió y a las tinieblas las arrojó.

¡Qué buena es la noche! A mis penas se llevó.

Andrea Grimaldi.

domingo, octubre 15, 2006

Bailarines en la Oscuridad

Admiro ahora a través de esta ventana humedecida al inmenso manto gris que entristece al cielo y que sufre las largas horas de calor sofocante. Mientras, el humo que escapa de mi boca inunda el ambiente y hace este día oscuro aún más borroso y amorfo. Siempre me ha parecido interesante cual fue el origen del inmenso deseo del hombre por escapar de su propio cuerpo aunque sea por un instante y observarlo desde fuera, desde otro criterio, detrás de otros ojos, a través de plantas y pastillas. Es un deseo casi insaciable por huir de sí mismo y que usualmente pasa desapercibido, permanece oculto hasta el momento justo en que detiene por un momento su rutinaria vida, baja la mirada, observa su cuerpo y se da cuenta que no es más que una triste jaula de carne, un patético conjunto de constantes necesidades físicas, un montón de costumbres, tan primitivo, tan mecánico… y una desesperación ingenua se apodera de cada neurona por alejarse de todo a lo que pueda llamarse identidad. Es como si todo ser humano se aburriera del conformismo y necesitara en algún momento de su vida desprender su mente de su cuerpo, jugar con ella, moldearla a cualquier otra circunstancia, llevarla a lugares increíbles, alejados, en donde la elección de esos lugares tiene mucho que ver con los anhelos más profundos e íntimos de cada persona. Podría ser algún en algún punto oscuro y olvidado del espacio, alguna extraña estrella en donde sólo haya un intenso frío, o a la cima más remota que jamás haya existido, o al precioso centro azul de alguna llama huidiza, o al fondo del más profundo abismo, en donde las sombras se ofrezcan de lecho y el cielo parezca aún más lejano… es ahí, justo en ese pequeño y generoso momento, en el que la mente por fin huye de aquella triste prisión, disfruta, toma exactamente la forma de ese humo azul que baila en la oscuridad y baila con él y asciende con él… y observa lo patético de ese cuerpo que espera ahí parado como en un trance, con una expresión estúpida, con los ojos vacíos y no podría ser la mente más feliz… y lo manifiesta junto al humo, danzando con los más sublimes movimientos… hasta que en algún momento de esta alegre y reconfortante comparsa, el cigarro termina de consumirse, el carcelero Rutina vuelve del necesario descanso y la jaula vuelve a cerrarse hasta la hora del cafecito.

Andrea Grimaldi.

viernes, octubre 06, 2006

El Malecón del Salado



Hace una semana, la luna sonreía así sobre las aguas calmas de Guayaquil, junto al Malecón.

jueves, octubre 05, 2006

Luces abismales

Se sentó con calma sobre la piedra más alta luego de haber caminado toda la noche, en un lejano amanecer de octubre. ¡Qué hermosa vista! Estando a la orilla del acantilado, sentía que se encontraba al borde del abismo más maravilloso del mundo. Tiernas partículas de rocío marino penetraban en sus arrugas y en sus rojizos y cansados ojos, y finos vestigios de cicatrices marcaban cada suceso que dió forma a su existir. Sólo esperaba la señal sin mover un sólo músculo. Podía estar sentado ahí de por vida.

De pronto, justo cuando el sol observaba directamente sobre su cabeza, abrió los brazos tanto como pudo y los cruzó de repente fuertemente sobre su pecho: abrazaba a un mundo iluminado, al cielo infinito, a las maravillas del universo, a un universo maravilloso, a las gaviotas huidizas, al solitario barco en la lejanía, a las algas marchitas, a las velas, a las olas... Luego de permanecer así un rato, bajó los brazos y mantúvose quieto cual estatua, con la mirada dirigida al sol, fija y agradecida. Permaneció con la vista fija hacia el horizonte y ni siquiera la poderosa presencia de la primera estrella lo sacó de su precioso trance. Mientras miraba al sol, clamaba poder verlo por siempre, congelar ese momento en el espacio, dormir inhalando el vacío, vivir en un eterno sueño de soles...

Cuando el sol se fue, el acantilado que a este hombre había invocado arrastró su cansado cuerpo hacia un interminable abismo de luces... y su cuerpo fue hallado hasta que otro crédulo se acercó a la roca para admirar al sol.

Andrea Grimaldi.

miércoles, octubre 04, 2006

La Luna

Sólo la luz plateada de la luna compite con los fuegos distantes para iluminar la noche. Arden las ciudades, y desde la distancia se puede olvidar que entre las llamas hay demasiada gente, extenuantes gritos, extintas pasiones y dormidas tragedias. Si miramos fijamente las hogueras lejanas, podremos ver como el fuego adopta formas, baila alegremente, se precipita, se exhaspera. Si levantamos entonces los ojos a la luna, notaremos su nostalgia, su paciente mirada, su extrema quietud, su forma extraña de iluminar el caos.

Sólo la lágrima que brota de las tinieblas detiene al fuego en su fulgor. La gente se separa, se detiene, inhala rocío y levanta la vista. La luna sonríe por fin.

Andrea Grimaldi.

Verdades

En fin... todos y cada uno de los post que en este blog aparezcan dependen totalmente de las circunstancias y de mis pensamientos... si en el proceso ofendo a alguno de mis lectores, mis sinceras disculpas de antemano. Será este modesto blog mi forma de descargar mis alegrías, mis iras, mis miedos, mis faltas. Nada de lo que aquí se lea faltará a la verdad en ninguna de sus formas.

Andrea Grimaldi.

domingo, octubre 01, 2006

A ti

Te escribo no por responderte, ni por esbozar alguna triste disculpa desde la ingrata y extraña lejanía. Te escribo más bien porque mi reloj se desangró hace ya algún tiempo y porque en la escala ausente en la que vivo funciona mi mente y mi razonamiento. Quiero que sepas que he aprendido mucho durante mi ausencia. Resonaron tus palabras como susurro en el ciberespacio, en mi cabeza, justo antes de huir hacia aquel inexistente intento de representar un país al que no amo. No te extraño, sería imposible. Pero mi reloj, que lejos de apoyarse en mi muñeca se sostiene aún por pensamientos soterrados, charla conmigo cada uno de los segundos. Resuenan sus doloros pasos, en el calvario infinito del tiempo. Tus palabras solo hicieron su carga más pesada y su entierro más profundo. Te escribo porque te extrañaré y porque así como es efímera e invisible la comunicación que hasta ahora hemos tenido, es pesada y dolorosa la carga de la sangre de mi reloj. No, tampoco te extraño. Pero cuando te vea, te extrañaré el resto de mi tiempo.

Andrea.