miércoles, mayo 28, 2008

Inocencia...¿dónde?


Una niña se acercó. Tendría unos seis años de edad. Cuerpo de cuatro y mentalidad de tres, aventuré. Abrazaba un recipiente lleno de caramelos oscuros deformados por el calor. En mi mente divisaba sólo envoltorios de plástico que recluían gusanos negros retorciéndose, forcejeando entre sí. Balcuceaba técnicas de venta malogradas que incluían vacío, hambre y resignación.

-No gracias. -respondí evadiendo sus ojos.

-¿Una moneda?

-No, no tengo.

-¿Me regala de su pan?

-Va, tomá...-resignada le dí lo que tenía en la mano.

La niña tomó lo que le ofrecí y se alejó entre las hojas caídas del árbol a cuya sombra almorzaba huyendo del sol abrasador. En el camino casi tropezó cuando en un pasito errante uno de sus pies chocó contra el otro. La seguí con la mirada mientras lentamente acercaba la taza a los labios para medir con el vaho prometedor la temperatura del café.

-¡Ah! Hirviendo...

Una bolsita tejida colgaba de su hombro de la pequeña. Envolvía sus piernas un raído corte gris y una playera con dejos de serigrafía le cubría desde las clavículas hasta el ombligo, dejando sin ocultar a un protuberante vientre. Se alejó unos ocho metros hacia donde estaba un viejo exhibiendo chucherías sobre una estructura más de óxido que de metal. Más torpes y más cortos eran sus pasos a medida que se acercaba al viejo. No dejé de observarlos mientras abría una cajetilla nueva, colocaba con cuidado el cigarro entre mis labios y buscaba un encendedor.

Por fin llegó la niña frente a él. Dejó con cuidado en el suelo el recipiente de dulces con forma de gusano y hurgó en el fondo de su bolsita. Cuando encontraba una moneda, la depositaba en la mano sucia y extendida del viejo cuya mirada recorría con ternura el cuerpecito que tenía ante sí. ¿Su padre? ¿Su tío?... Los parentescos que yo asumía eran refutados por el comportamiento de la niña, por la forma en la que la carita de ella hacía todo lo posible por no enfrentar las miradas de él. Ya había tentado en todos mis bolsillos buscando sin éxito un encendedor, así que recogí mi bolsa y me la coloqué al hombro buscando dinero para comprarle uno al viejo.

Cuando levanté la mirada sentí estómago retorcerse y un bloque de sangre arremetiéndose contra mi vientre; el cigarro cayó al suelo. El viejo sostenía de la cintura con una mano a la niña y su barba se apoyaba en su cabecita; sus muslos se apoyaban en sus diminutas caderas y otra mano se hallaba oculta entre las piernas de la niña inmovilizada que no hacía más que evadir a esos ojos ancianos, esos ojos que brillaban morbosos al sentir la tierna humedad entre un par de labios pequeñitos, inmaduros. Horrorizada observé a la niña inmóvil y con la mirada perdida entre los árboles a las espaldas del hombre. No luchaba. Sufría como sufren los adultos: en silencio.

Sentí un horrible ardor en la nuca. Casi sin notarlo caminé hasta ellos, y a gritos le pedí al hombre un encendedor.

-No hay, seño- dijo sin empujar a la niña, que al no sentirse penetrada se deprendió de entre las rodillas del hombre y desapareció corriendo tras una esquina, derramando a los gusanos en el suelo.

-Lo que no tiene usted son huevos, hijo de puta...- Odio. Asco. Rencor. Un giro de mi muñeca.

El café que no había probado por no quedarme sin papilas gustativas se desperdició ese día entre las piernas de aquel hombre.

Con el estómago en la garganta y con espuma entre los dientes me fui dando zancadas de regreso al trabajo.

miércoles, mayo 07, 2008

Falacia



Desde abajo.

A contraluz es fácil ver la sencillez de los bordes bien recortados.

Un poco más arriba.

Las sombras bordean nada más el retrato de dos gemelos bien torneados, forzados.

Alzando.

Visagras sublimes con callos en sus cimas, recuerdos de un pasado sumiso.

Levitando.

Dulce boca vertical cuyo garbo se mantiene impecable, mientras no sea mimada.

Añorando.

Cáliz sumergido en carne maternal, custodiado por reflejos arqueados.

Recordando.

Inhalando las palabras que exhala cada poro sediento, cada reacción, cada gemido.

Pero tu boca está cerrada, protegida; tus ojos ocultos.

Tan hermosa, tan idiota... presentás tu belleza y ocultás tu condición.

Tan inútiles las caricias, tan maldita la coraza que te aleja del mundo.

Una escafandra cubriendo tu flato. Al contrario de lo que creés, eso no basta.