Una voz masculina, quizá proveniente de un hombre parado como a siete metros de distancia, con cara infantil y de tímidos ademanes llegaba a mis oídos como se oyen por la noche el chirrido de los grillos apareándose o el locutor de la radio que dispara el despertador.
"Jóvenes, hoy no tendremos receso debido a que vamos demasiado retrasados con el curso, mejor aprovechamos hoy todo el tiempo que tenemos..."
A mi pupitre no le cabían más dibujos, formularios, dibujos eróticos y los infaltables poemitas, producto inevitable de cuando el tedio y la monotonía durmieron juntos.
De pronto, entró al salón una señora que se me hizo extrañamente familiar. El ingeniero, que estaba parado en la tarima, (ah si... estaba en clase de física), le preguntó al verla qué deseaba. Ella le respondío que sólo quería unas dirigirles unas palabras a los alumnos, a lo que él accedió: nunca lo he visto echar a un indigente.
La mujer recién llegada tenía unos 30 o 32 años, era de piel morena clara, robusta, de baja estatura, ojos cafés bastante grandes. Me obligué a salir de mi letargo para prestarle atención. Cuando agradeció al ingeniero el espacio otorgado, noté que su voz era delgada, aguda, monótona, entreveía un intento de ternura´que hacía que su semblante se empequeñeciera y pareciera inmensamente falaz. Todo eso lo juzgué en un par de segundos, pero como nunca juzgo sin premisas, la escuché con atención. Su discurso fue algo así: "Jóvenes, disculpen por favor que les venga a interrumpir en este día, les ruego por favor me perdonen; sé que están cansados, sólo les vengo a robar unos minutos de su tiempo, préstenme atención sólo un momentito, no les vengo a interrumpir mucho..." Ya empezaba a perder la paciencia. Su mirada era permanentemente suplicante... exasperante. "Fíjense jóvenes que les vengo a compartir una pena muy grande... una pena enorme de nosotros. Tenemos una niña de dos años, es hermosa, es mi vida, es todo lo que quiero, hemos vivido junto a ella los mejores años de nuestra vida... Es mi hijita y he depositado en su corazón todo el amor que una madre puede dar; pero ella, a pesar de lo linda que es, tiene en su cabecita unas plaquetas que le pusieron hace un año, porque ella tiene una enfermedad que seguramente ustedes, mis jóvenes, que están en la universidad habrán escuchado, es cuando se tiene agua en el cerebro... se llama microcefalia, le tenemos que sacar unas radiografías para ahorita al mediodía... le suplico una ayuda, por el amor de Dios, lo que ustedes quieran, no se sientan obligados, ¡ay! yo estoy segura que Él se los devolverá, disculpen de verdad que les haya venido a quitar su tiempo, disculpe licenciado, gracias, muchas gracias a todos, que Diosito les dé un gran día".
Se esparció por el aire el murmullo general da por terminada la atención del público. Ella comenzó a pasar entre las filas, agradeciendo sin dejar su patética entonación. En mi mente rondaba la idea que la enfermedad que había descrito no era microcefalia sino hidrocefalia. La fila en la que me encontraba era la segunda por la que pasaría recogiendo limosna... ¿Puede una madre equivocarse en el nombre de la enfermedad de la que padece su hijo, especialmente si se trata de una así de terrible? No, no lo creo.
Pero, ¿y si fuera cierto? Buscaría el significado de microcefalia en el diccionario. Busqué mi billetera. Perdí dos quetzales aquel día.
lunes, diciembre 10, 2007
martes, noviembre 20, 2007
domingo, octubre 14, 2007
Perspectiva (abverbios)
Con frecuencia los niños pequeños nos sorprenden. Con su infinita inocencia les recuerdan a los adultos todo lo que han abandonado en el ir y venir rutinario; les enseñan a fijarse que murieron en el momento justo en el que abandonaron su vivir infantil.
Hoy escuché a una niña preguntar a su padre: ¿Es nuestra casa ADRENTRO o AFUERA?
Si alguien tiene la respuesta, le agradecería me lo hiciera saber y yo se lo comunicaré al padre.
Gracias.
Hoy escuché a una niña preguntar a su padre: ¿Es nuestra casa ADRENTRO o AFUERA?
Si alguien tiene la respuesta, le agradecería me lo hiciera saber y yo se lo comunicaré al padre.
Gracias.
lunes, septiembre 17, 2007
Como todo en esta vida...
Razón y sentimiento. Hoy quiero imaginar un amalgama de estas magníficas potencias y denominar a la unión: Alma. Una fusión, no un ente individual.
Si cualquiera de éstas partes se ausenta, el alma detiene toda su actividad, se paraliza de frío, se fractura al temblar, justamente comparable al río que se fractura cuando lucha pues, al verse vencido, se abandona ante el invierno y se entristece en el momento justo en que detuvo su curso sublime. Sus ojos se ensombrecen de quietud, lo enjaula el frío en su propio cauce y los días pasan con lentitud... cada vez parece el horizonte albergarse con más profundidad en el tiempo que adormece al día. Mas, cuando el tiempo es apropiado, nunca antes y nunca después, las aguas se aflojan, la celda de hielo absuelve al movimiento y las horas reanudan su avance en un espumoso frenesí.
Y ven estas aguas al correr como las flores sedientas sonríen ante la fluidez reanudada; las piedras se separan en partículas diminutas, renunciando a su condición de cuerpos inertes y llorando pedazos de sí mismas, abandonando para siempre su soledad invernal.
Y al final de la travesía, cada gota furtiva le hace una precipitada reverencia al gigantesco mar, ansiosa por contemplar al ocaso en su gloriosa partida y esperar al amanecer.
miércoles, septiembre 12, 2007
Voto de basura
En una nublada tarde en la Facultad de Ingeniería tuvo lugar el coloquio que sigue:
-(Poniéndole el dedo bajo la nariz) ¡Mirá mi dedito responsable!
-Manchado. (Dándole un manotazo) Pff... te apesta.
-Al menos me digné a votar. ¿Porqué no fuiste a votar? ¿No te levantaste?
-No, la verdad es que no apoyo a nadie en absoluto, nadie me parece lo suficientemente interesante como para merecer mi voto. Decidí mandarlos a todos al carajo y no votar.
-(Ríe) Que conste acá y ahora, no te quiero oír reclamar nada acerca del gobierno durante los próximos cuatro años. No tenés derecho.
-Sabés que sí voy a reclamar. Y mucho.
-¡No hiciste nada para evitar la desgracia!
-¿Y acaso había como?
-¡Sí!
-Te dignaste a leer algún programa de gobierno?
-Ehmm... bueno, pues...
-Te tomaste el tiempo de ver algún foro completo?
-Puta, yo viendo esas babosadas...
-Ajá... ¿Y cómo demonios escogiste por quién votar? Si se puede saber...
-Mano, sin continuidad nunca vamos a llegar a ningún lugar... además yo no me dejo llevar por las encuestas. Hay que votar por quien uno crea el mejor para tener bases y poder alegar después... Puro deber cívico... Aunque sea por el menos peor.
-(Ríe) ¡Qué triste! Continuidad... ¿Hay acaso algo que continuar? ¿La desidia del Ejecutivo, tal vez? ¿Títeres de los azucareros y cafetaleros? Continuidad implica seguir con la misma calaña.
-¡Y que querías! ¿Que votara por el janano? Sólo imaginate, cuando haya alguna reunión así importante, no sé, una cumbre, y le toca a el hablar y empieza: "Bueno, vangmos a tegner que shrealizar un plan integjral...", o a un militar... ¡Un militar! Puta y regresar a la misma porquería...
-¿Viviste eso?
-¡Mis padres!
-¿Y tus padres? ¿Por quién votaron?
-Pues... mi papá por el mano dura... pero porque dice que es el único que se mira con los suficientes...
-No tiene, ya lo castraron en vez de fusilarlo.
-Y mi mamá por el mismo que yo. Pero ella porque le gustan sus ojos y porque le daba cosa cuando salía en sus anuncios.
-¿Cosa? "Epitafios de un médico con valores cívicos: Lo que hubiera hecho de haber sobrevivido hasta la presidencia"... (Ríe) El imbécil quería usar el llamado a la piedad con lamentos patéticos. Y lo lograba. A mí me daba lástima.
-¡Mano, pero mirá tu baraja de opciones! La diputada esa del dibujito que le hurtaron vilmente a Ubuntu que quiere hacerse plataforma con jirones del corte de la Señora Presidenciable. La mujer del janano que ya llama de hijos de puta a los de la prensa y ni siquiera lleva un día de Primera En Fila. El astronauta Galilei que lo usan vil y asquerosamente... El tipo es un genio, no un político.
-Tiene todos los votos de su jaula.
-¡Sabés que sí! Pisto y puntos extras... ¿Qué mas querés? En fin, una mierda. Pero yo voté. No me vayás a alegar nada porque te mando al carajo.
-Como si alegar sirviera de algo... Simplemente nuestra eterna primavera no está preparada para la democracia.
-(Ríe) Ya empezas vos y tus filosofías locas. Sólo falta que me digas que nunca debimos de salir de la Colonia... Mejor me largo, antes que empecés a darme clases como las del Beethoven. Tengo que entregar proyecto.
-Cuidáte. Yo necesito café.
-(Poniéndole el dedo bajo la nariz) ¡Mirá mi dedito responsable!
-Manchado. (Dándole un manotazo) Pff... te apesta.
-Al menos me digné a votar. ¿Porqué no fuiste a votar? ¿No te levantaste?
-No, la verdad es que no apoyo a nadie en absoluto, nadie me parece lo suficientemente interesante como para merecer mi voto. Decidí mandarlos a todos al carajo y no votar.
-(Ríe) Que conste acá y ahora, no te quiero oír reclamar nada acerca del gobierno durante los próximos cuatro años. No tenés derecho.
-Sabés que sí voy a reclamar. Y mucho.
-¡No hiciste nada para evitar la desgracia!
-¿Y acaso había como?
-¡Sí!
-Te dignaste a leer algún programa de gobierno?
-Ehmm... bueno, pues...
-Te tomaste el tiempo de ver algún foro completo?
-Puta, yo viendo esas babosadas...
-Ajá... ¿Y cómo demonios escogiste por quién votar? Si se puede saber...
-Mano, sin continuidad nunca vamos a llegar a ningún lugar... además yo no me dejo llevar por las encuestas. Hay que votar por quien uno crea el mejor para tener bases y poder alegar después... Puro deber cívico... Aunque sea por el menos peor.
-(Ríe) ¡Qué triste! Continuidad... ¿Hay acaso algo que continuar? ¿La desidia del Ejecutivo, tal vez? ¿Títeres de los azucareros y cafetaleros? Continuidad implica seguir con la misma calaña.
-¡Y que querías! ¿Que votara por el janano? Sólo imaginate, cuando haya alguna reunión así importante, no sé, una cumbre, y le toca a el hablar y empieza: "Bueno, vangmos a tegner que shrealizar un plan integjral...", o a un militar... ¡Un militar! Puta y regresar a la misma porquería...
-¿Viviste eso?
-¡Mis padres!
-¿Y tus padres? ¿Por quién votaron?
-Pues... mi papá por el mano dura... pero porque dice que es el único que se mira con los suficientes...
-No tiene, ya lo castraron en vez de fusilarlo.
-Y mi mamá por el mismo que yo. Pero ella porque le gustan sus ojos y porque le daba cosa cuando salía en sus anuncios.
-¿Cosa? "Epitafios de un médico con valores cívicos: Lo que hubiera hecho de haber sobrevivido hasta la presidencia"... (Ríe) El imbécil quería usar el llamado a la piedad con lamentos patéticos. Y lo lograba. A mí me daba lástima.
-¡Mano, pero mirá tu baraja de opciones! La diputada esa del dibujito que le hurtaron vilmente a Ubuntu que quiere hacerse plataforma con jirones del corte de la Señora Presidenciable. La mujer del janano que ya llama de hijos de puta a los de la prensa y ni siquiera lleva un día de Primera En Fila. El astronauta Galilei que lo usan vil y asquerosamente... El tipo es un genio, no un político.
-Tiene todos los votos de su jaula.
-¡Sabés que sí! Pisto y puntos extras... ¿Qué mas querés? En fin, una mierda. Pero yo voté. No me vayás a alegar nada porque te mando al carajo.
-Como si alegar sirviera de algo... Simplemente nuestra eterna primavera no está preparada para la democracia.
-(Ríe) Ya empezas vos y tus filosofías locas. Sólo falta que me digas que nunca debimos de salir de la Colonia... Mejor me largo, antes que empecés a darme clases como las del Beethoven. Tengo que entregar proyecto.
-Cuidáte. Yo necesito café.
-
PD.: No, no eres tú el personaje. Narración completamente omnipresente. No ti mi enojes... ;)
martes, julio 17, 2007
Llueve
Mengua en tres cuartos la presencia lunar que comienza a despedirse tras la nube que, velozmente, atraviesa el abismo ascendente anunciando una noche de lluvia. Pocas cosas tan placenteras existen como el olor que presagia a la lluvia.
Venus alumbra el panorama y la Luna se despide de la Tierra. Y la tierra... ¡Ah la tierra! Huele a humedad, huele a novedad. A ansiedad extendida sobre un manto ansioso por beber la tristeza copiosa de una noche de julio.
Una noche de tantas en las que llueve monotonía, en las que llueven caricias,en las que las hojas agradecen, de estar vivas, por su sed ya apagada; de estar muertas, por transformar sus venas retorcidas en la tierra húmeda sobre la que se estriba su viejo pedestal.
Venus alumbra el panorama y la Luna se despide de la Tierra. Y la tierra... ¡Ah la tierra! Huele a humedad, huele a novedad. A ansiedad extendida sobre un manto ansioso por beber la tristeza copiosa de una noche de julio.
Una noche de tantas en las que llueve monotonía, en las que llueven caricias,en las que las hojas agradecen, de estar vivas, por su sed ya apagada; de estar muertas, por transformar sus venas retorcidas en la tierra húmeda sobre la que se estriba su viejo pedestal.
viernes, junio 29, 2007
Odio
jueves, junio 28, 2007
Tiempos inútiles
Los viejos fermentan sabiduría. Decía mi abuela que el hubiera es el tiempo más inútil del verbo y que el tiempo es el mejor médico que existe.
Hoy lastimé a alguien. Es extraño, se siente como si se prolongara ese momento previo al que se bosteza o se suspira, a ese instante ínfimo en el cual se siente como si una asfixia otrora tortuosa se compactara en unos cuantos segundos, destruyéndose inconscientemente con una profunda inhalación. Una extraña sensación de frío vacío que se mantiene vigente hasta que la razón de la pena se esfuma.
¿Arrepentimiento? ¿Melancolía? ¿Miedo, quizá? Sea cual sea la razón de la extraña sensación, es a mi parecer bastante molesta. Obliga al alma a sentirse insatisfecha de tranquilidad y molesta en su lecho de carne y calor corporal. Pero, de no sentirla, el hombre, conformista, volvería automáticamente a su zona cómoda, se adaptaría y modearía su mentalidad a su nuevo estado o circunstancia mental. No, no sería nada bueno.
Sin embargo, no todas las almas intranquilas tienen la misma habilidad para manejar su turbulencia. Por ejemplo, si se tiene algún problema, por ejemplo, con la familia, se tiende a afectar -no adrede en la mayor parte de casos, debo decir- al nivel académico o a la pareja. Resulta que el problema extiende sus ramas a otras áreas de la vida y afecta la paz interior, como una terca enredadera.
Los problemas, sean cuales sean, deben ser tratados uno a la vez y por separado. Se debe, ante cualquier cosa, identificar la raíz de la enredadera para poder arrancarla. Se debe saber el origen de todos los subproblemas, por denominarlos de alguna forma, para pensar en posibles soluciones. Sino, prontos nos veremos en un pantano repleto de enredaderas: amarrado con ellas de pies y manos quién sabe a qué y con los pies enterrados en el denso fango de las consecuencias.
Hoy mi alma está intranquila. No perdonará a mi mente el haber decepcionado al hombre al que ama. Mas para que haya vacío, deben haber corazas que lo albergen. Las corazas de mi alma siguen en pie, intactas.
Y mi amor por él, incondicional.
Hoy lastimé a alguien. Es extraño, se siente como si se prolongara ese momento previo al que se bosteza o se suspira, a ese instante ínfimo en el cual se siente como si una asfixia otrora tortuosa se compactara en unos cuantos segundos, destruyéndose inconscientemente con una profunda inhalación. Una extraña sensación de frío vacío que se mantiene vigente hasta que la razón de la pena se esfuma.
¿Arrepentimiento? ¿Melancolía? ¿Miedo, quizá? Sea cual sea la razón de la extraña sensación, es a mi parecer bastante molesta. Obliga al alma a sentirse insatisfecha de tranquilidad y molesta en su lecho de carne y calor corporal. Pero, de no sentirla, el hombre, conformista, volvería automáticamente a su zona cómoda, se adaptaría y modearía su mentalidad a su nuevo estado o circunstancia mental. No, no sería nada bueno.
Sin embargo, no todas las almas intranquilas tienen la misma habilidad para manejar su turbulencia. Por ejemplo, si se tiene algún problema, por ejemplo, con la familia, se tiende a afectar -no adrede en la mayor parte de casos, debo decir- al nivel académico o a la pareja. Resulta que el problema extiende sus ramas a otras áreas de la vida y afecta la paz interior, como una terca enredadera.
Los problemas, sean cuales sean, deben ser tratados uno a la vez y por separado. Se debe, ante cualquier cosa, identificar la raíz de la enredadera para poder arrancarla. Se debe saber el origen de todos los subproblemas, por denominarlos de alguna forma, para pensar en posibles soluciones. Sino, prontos nos veremos en un pantano repleto de enredaderas: amarrado con ellas de pies y manos quién sabe a qué y con los pies enterrados en el denso fango de las consecuencias.
Hoy mi alma está intranquila. No perdonará a mi mente el haber decepcionado al hombre al que ama. Mas para que haya vacío, deben haber corazas que lo albergen. Las corazas de mi alma siguen en pie, intactas.
Y mi amor por él, incondicional.
sábado, junio 09, 2007
Deseo
Otro cafe sin azúcar.
Un trago de Chivas.
Un eventual Marlboro rojo.
Ver en dos ojos mi propio rostro.
Sentir el viento frio bajo las nubes ausentes.
Controlar mis impulsos.
Ver en dos ojos mis ideas invertidas.
Alargar tu voz, enrollarla y guardarla para después.
Acentuar las marcas del tiempo.
Ver en dos ojos la vastedad del alma.
Comprender a los religiosos.
No confiar en la gente.
Ver en dos ojos paredes encerrando a tus deseos.
No envasar la tristeza.
Ver en dos ojos placer cristalizado.
Yacer una noche sobre pensamientos amorfos y fugaces.
No moldear mi memorias a las circunstancias.
_
Que me digas,
¿Qué haría yo sin tu mirada?
lunes, marzo 26, 2007
Trizas en tren
Olvidado en un rincón de mi disco duro, se hallaban estas letras que escribí para desahogarme un poco hace algunos meses. Mi primer impulso fue mandarlo directo a la papelera, pero al leerlo reconocí este escrito como parte de mi pasado y, por tanto, parte de lo que soy. Merece ser publicado.
Colillas esparcidas y suspiros etílicos son los fieles y únicos acompañantes del curso de mis ideas y mis letras. Es en noches como éstas cuando la presencia lunar se hace absolutamente necesaria, cuando en el alma turbulenta desfilan maldiciones, decepciones y conclusiones que -lo reconozco- son absolutamente estúpidas. Un tren de pensamientos y sensaciones desordenadas que se descarrilan de mi silueta, mi mente no es más que cavilaciones absolutamente erráticas, ridículas e incontrolables. Hoy la profunda decepción que inunda mi alma ha nublado todo intento de pensamiento coherente. Noches como estas imploran un haz de luna en lugar del filo metálico de la hoja con que corto mis memorias. ¡Mierda!, se me ha caído el vaso. Lamento el carácter volátil del dolor, torturante pero efímero, en verdad me hubiera gustado saborearlo un poco más. Lo lamento por el vaso, por el cuerpo, contenedores de ira, hechos pedazos; cada vez me es más difícil inclinarme sobre a la ventana y reflejar mis pupilas en el vacío, enfocar un punto y volverlo borroso, ordenar mi mente, o simplemente asomarme al espejo. Es así, es justo así como soy ahora, como eso que alguna vez fue un vaso y que ahora es un montón de pedacitos brillantes, húmedos por el llanto sepultado e ironías contenidas, dispuestos a sangrar al que se le acerque, tambaleándose en la ambiguedad profunda que conforman lo desconocido y la soledad.
Colillas esparcidas y suspiros etílicos son los fieles y únicos acompañantes del curso de mis ideas y mis letras. Es en noches como éstas cuando la presencia lunar se hace absolutamente necesaria, cuando en el alma turbulenta desfilan maldiciones, decepciones y conclusiones que -lo reconozco- son absolutamente estúpidas. Un tren de pensamientos y sensaciones desordenadas que se descarrilan de mi silueta, mi mente no es más que cavilaciones absolutamente erráticas, ridículas e incontrolables. Hoy la profunda decepción que inunda mi alma ha nublado todo intento de pensamiento coherente. Noches como estas imploran un haz de luna en lugar del filo metálico de la hoja con que corto mis memorias. ¡Mierda!, se me ha caído el vaso. Lamento el carácter volátil del dolor, torturante pero efímero, en verdad me hubiera gustado saborearlo un poco más. Lo lamento por el vaso, por el cuerpo, contenedores de ira, hechos pedazos; cada vez me es más difícil inclinarme sobre a la ventana y reflejar mis pupilas en el vacío, enfocar un punto y volverlo borroso, ordenar mi mente, o simplemente asomarme al espejo. Es así, es justo así como soy ahora, como eso que alguna vez fue un vaso y que ahora es un montón de pedacitos brillantes, húmedos por el llanto sepultado e ironías contenidas, dispuestos a sangrar al que se le acerque, tambaleándose en la ambiguedad profunda que conforman lo desconocido y la soledad.
miércoles, febrero 28, 2007
Manos de niebla (v.07)
El suave golpeteo de la lluvia sobre mi ventana era mi única fuente de tranquilidad en aquella noche. El gran sauce que se alza en el centro del jardín dejaba pasar apenas un tierno respiro de luna que las tristes gotas magnificaban y la tierra de afuera recibía a la noche con extraños perfumes de piedra, justo antes que el viento se los llevara con su taciturna magnificencia.
Ignorando la poca compatibilidad de mi organismo con el alcohol y considerando la creciente ansiedad que me poseía y la exasperante falta de tabaco, me serví el poco de whisky medio rancio que Don José había abandonado en una de tantas aventuras nocturnas. A paso lento me dirigí al sillón, que descansaba como un anciano abandonado en una esquina de la habitación viendo hacia la ventana bajo el suave velo de la luz de luna que, junto al constante golpeteo en mi ventana, hacia insignificante el sonido de los resortes que amenazaban con revelarse y apuñalarme por la espalda sin previo aviso. Siempre me ha parecido cómodo permanecer con poca luz, en soledad, quizá mi mente se desordena con menos facilidad en la oscuridad.
Luego de obligarme a ingerir aquel trago pestilente, me puse en pie y comencé a vestirme. Debía ser especial el atuendo que usara, el cumpleaños de Don José hacía especial esa noche. A pesar de la falta de capacidad de decisión que con frecuencia a las mujeres se nos atribuye, escogí mi atuendo sin demasiadas cavilaciones. Un revelador vestido negro, zapatos altos italianos, una bufanda francesa y un baño en perfume formarían junto a las marcas ocultas bajo maquillaje un atuendo apropiado.
Había llegado casi a su fin mi transformación, cuando un extraño haz forzó a mi distraído semblante a fijarse en él. Era un pequeño círculo blanco, con borde irregular, que confundía su perímetro con el viejo tinte del marco victoriano. Busqué la fuente de luz, pero sólo me encontré con las sombras húmedas que inundaban mi triste y pequeña alcoba. Volteé de nuevo hacia el marco, el círculo seguía ahí, estático; parecía llamarme, me seducía, provocaba en mí un súbito deseo de rozar con los dedos aquella maravilla cautivadora. Pero, al tocarla, el haz no chocó contra mis dedos, como era de esperarse, sino que seguía fija sobre la madera, incrustado, como si estuviese pintado sobre aquél tinte oscuro de años de antiguedad. Me mantuve parada, completamente rígida, sumergida en un extraño trance, hasta que el círculo comenzó a moverse. Fueron sus movimientos suaves y pequeños durante un breve lapso, nada más que una pequeña vibración; mas su actividad aumentaba con el paso de los segundos, temblaba de arriba abajo, pausadamente al principio, obedeciendo a un perfecto compás, y se arrastraban mis pupilas anonadadas junto a esta abrumadora coreografía.
Entonces, ante mi asombro, la mancha se salió de tempo de repente. Se desplazaba ahora frenéticamente, sobre el marco, sobre las paredes, sobre el candelabro, y justo sobre la mesa a mis espaldas, cual eco en un complicado laberinto, sin ninguna trayectoria específica. Mi mirada perseguía aquella mancha blanca por toda la habitación y un súbito flato comenzó a invadir mi alma, se estrellaba mi corazón contra mi pecho y pensé que mi pasado de ataques de asma comenzaría a torturarme de nuevo. Entonces se detuvo la mancha justo donde la vi por primera vez, sobre el lado izquierdo del marco del espejo. No podía apartar mis ojos de ella, ni puedo precisar cuanto tiempo pasó hasta que empezó a desvanecerse… y me es aún más difícil de expresar mi asombro cuando aparté mi mirada de aquel punto maldito y observé mi reflejo. Reinaba ahora en mi espíritu una pasmosa quietud… y frío, muchísimo frío. Pero juro por mi alma que ni en mis sueños más oscuros y paganos hubiese imaginado que la imagen que ante mí tenía fuese mi verdadera apariencia. Tenía el reflejo mis facciones, sí, pero me parecía imposible que esa fuera yo, que esa fuera mi mirada, mis pupilas… las pupilas de la imagen carecían de rastro alguno de vida, profundas, negras, completamente negras, asombrosamente distantes… pero aquella extraña falta de vitalidad en la mirada del reflejo no lo eximía de expresión. ¡Por todos los Demonios, no podía yo albergar esa expresión! El reflejo debía tener su propia horrible expresión, perforaba el vidrio con la mirada… Sentía yo una especie de extraña comunicación entre aquél ser en el espejo y mi propio espíritu.
Y entonces mi inquietud, que había crecido con el transcurso de la escena, se apaciguó de pronto, mi respiración se tornó más tranquila, más pausada y mi pulso pareció tornarse más lento que lo normal. La única explicación que soy capaz de dar a este hecho es mi súbito reconocimiento – o, al menos, una esperanzadora sensación de entendimiento – del significado de la mirada que mi espejo me dirigía. Sí, era exactamente aquella la forma en que yo hubiese calcinado con los ojos, si aún pudiera, a esa mujer que me trajo al mundo y me dio por primer techo una iglesita demacrada, o como yo hubiese visto a Don José, cuando me demandaba que satisficiera sus torcidas fantasías con ataduras en las muñecas… era con esa misma crueldad a quien me hubiese visto si yo no hubiese sido yo, si me hubiese notado y estudiado la clase de escoria que me había vuelto, cubierta de hermosura, con un vestido negro que provocaría hasta a un ciego, con aquella bufanda roja que formaba un hermoso conjunto con mi larga cabellera negra, con el alma vacilante, perdida, compuesta de pequeños cristales, pedazos de lo que alguna vez fui, que ya no encajaban, que ya no existían… Turbulencia era lo que a mi mente dirigía, mas, por extraño que parezca, era mi alma dueña de una paz absoluta. Silencio profundo cobijaba mi alma, contrastando increíblemente con el torbellino de pensamientos desordenados que se burlaban de mi nebulosa confusión. Disfruté entonces este descubrimiento, lo saboreé, tan placentera era aquella calma que no sentí moverse en mi ser un solo músculo cuando colgando de su brazo, la mano del reflejo comenzó a moverse. Bajé la mirada y confirmé la quietud de mi mano, mas los dedos de la imagen se contraían lentamente, uno a la vez, como ejecutando una alguna magnífica pieza para arpa en las sombras. Y aquella tranquilidad que me cobijó durante unos pocos minutos y el increíble sosiego que mi alma desconocía hasta ese momento me abandonaron en pocos segundos, se agitaron de nuevo mis pulmones y mis párpados dejaron de responderme. No podía, no podía dejar de observar aquella mano cubierta por tersa piel moverse hacia mí, saliendo del espejo, lentísima, mientras frenéticos eran los temblores de mis músculos, tan fuertes que me costaba trabajo mantener mi vista en un sólo punto.
Salió por fin la mano del espejo, era hermosísima y sus dedos asombrosamente largos, casi se le podría adjudicar la nostalgia de la lejanía lunar, aunque ansiosa; aquella mano, que fuera del espejo no era mano, sino espectro, se acercó a mí, en un teatro de agonía que parecía querer acabar nunca. Cuando intenté alejarme, noté que no era más la dueña de mis funciones motoras. Pero no me tocó aquella mano como parecía era su intención, sino que descendió hasta que sus dedos tomaron el extremo de mi bufanda, que no había yo terminado de colocar alrededor de mi cuello y sólo pasaba por mi nuca colgando inerte sobre mi pecho. Examinó su textura el fantasma, o al menos eso me pareció a juzgar por sus movimientos; y luego la soltó, y comenzó a alargarse y a ascender, como todo en este ritual, con una lentitud etérea y abrumadora. No tuvo más opción mi mirada que seguir aquella trayectoria vertical y, al llegar las primeras fibras al techo, exactamente sobre mi cabeza, se enrollaron en un gancho en el que solía colgar lámparas o algún adorno acorde con la época y que, visto desde abajo y desde el estado de histeria contenida en el que me encontraba, me pareció increíblemente amenazador. Así pues, descendió el extremo de la bufanda ante mis ojos desorbitados hasta encogerse circularmente, cual una pitón bajo algún maravilloso encantamiento árabe, sobre la mano extendida del fantasma que, a menos que mi percepción o mi memoria hayan profanado mis impresiones, era ahora distinta a como la vi por primera vez: ahora las capas de su piel casi transparente se desintegraban y sus huesos eran cada vez más visibles y horrorosos.
Cuando la tela francesa terminó de descender, desafiando mi ya cansada mente, salió la otra mano del espejo en la que hasta el momento no había notado un solo rastro de actividad. Me faltan palabras, me es absolutamente imposible describir con exactitud los movimientos sublimes con que colocó el espectro aquella tela francesa alrededor de mi cuello…mi garganta se agrietaba cual desierto sediento, sangrando con cada inhalación… ¡Y su sonrisa!, jamás olvidaré la sonrisa de la mujer del espejo, ampliándose sugestiva como el mismo sol; ni el vaho que emanaba, aquella respiración fatigada que sobrevivía de cada resquicio fugitivo mi existencia; ni sus manos… ¡Horrendas manos! ¡Magnífico reflejo de mi desventura, infinito y silencioso coloquio de mi sufrir!
Así sus manos limpiaron mis lágrimas en aquella noche tormentosa, y me observa ahora desde el umbral del espejo victoriano mientras escribo ante la urgente necesidad de dejar constancia de esta última escena en mi vida, cuyo telón caerá en unos pocos minutos. Sean estas letras las relatoras de la verdadera razón de mi paso por este mundo: ser afortunado espectador de este montaje majestuoso que sólo las Tinieblas y la noche en su tormento pudieron escribir. ¡Bendita seas tú, Diosa Lunar, enigma silencioso que desde tu elevado trono de sombras me cautivas, me posees con tus reflejos, con tus emanaciones melancólicas!
Tejido de agonía infinita ha sido todo este ritual. Mas debo reconocer que en esta noche que se despliega ante mí como una cortina fúnebre ha ordenado, junto a este espejo, mis aletargadas emociones. ¡Cuán vasta es la paz que a la Muerte precede, cual distancias entre soles, cual lluvia sobre el mar! El reflejo me observa, parado frente a mí, y me sonríe… No pasará mucho tiempo antes que ella, la del espejo, apriete mi bufanda contra mi cuello… Te vas, Vida, -¡bendita seas!- te vas y me dejas la tranquilidad más sublime, ¡la más gloriosa de las muertes!
Ana Gris.
Ignorando la poca compatibilidad de mi organismo con el alcohol y considerando la creciente ansiedad que me poseía y la exasperante falta de tabaco, me serví el poco de whisky medio rancio que Don José había abandonado en una de tantas aventuras nocturnas. A paso lento me dirigí al sillón, que descansaba como un anciano abandonado en una esquina de la habitación viendo hacia la ventana bajo el suave velo de la luz de luna que, junto al constante golpeteo en mi ventana, hacia insignificante el sonido de los resortes que amenazaban con revelarse y apuñalarme por la espalda sin previo aviso. Siempre me ha parecido cómodo permanecer con poca luz, en soledad, quizá mi mente se desordena con menos facilidad en la oscuridad.
Luego de obligarme a ingerir aquel trago pestilente, me puse en pie y comencé a vestirme. Debía ser especial el atuendo que usara, el cumpleaños de Don José hacía especial esa noche. A pesar de la falta de capacidad de decisión que con frecuencia a las mujeres se nos atribuye, escogí mi atuendo sin demasiadas cavilaciones. Un revelador vestido negro, zapatos altos italianos, una bufanda francesa y un baño en perfume formarían junto a las marcas ocultas bajo maquillaje un atuendo apropiado.
Había llegado casi a su fin mi transformación, cuando un extraño haz forzó a mi distraído semblante a fijarse en él. Era un pequeño círculo blanco, con borde irregular, que confundía su perímetro con el viejo tinte del marco victoriano. Busqué la fuente de luz, pero sólo me encontré con las sombras húmedas que inundaban mi triste y pequeña alcoba. Volteé de nuevo hacia el marco, el círculo seguía ahí, estático; parecía llamarme, me seducía, provocaba en mí un súbito deseo de rozar con los dedos aquella maravilla cautivadora. Pero, al tocarla, el haz no chocó contra mis dedos, como era de esperarse, sino que seguía fija sobre la madera, incrustado, como si estuviese pintado sobre aquél tinte oscuro de años de antiguedad. Me mantuve parada, completamente rígida, sumergida en un extraño trance, hasta que el círculo comenzó a moverse. Fueron sus movimientos suaves y pequeños durante un breve lapso, nada más que una pequeña vibración; mas su actividad aumentaba con el paso de los segundos, temblaba de arriba abajo, pausadamente al principio, obedeciendo a un perfecto compás, y se arrastraban mis pupilas anonadadas junto a esta abrumadora coreografía.
Entonces, ante mi asombro, la mancha se salió de tempo de repente. Se desplazaba ahora frenéticamente, sobre el marco, sobre las paredes, sobre el candelabro, y justo sobre la mesa a mis espaldas, cual eco en un complicado laberinto, sin ninguna trayectoria específica. Mi mirada perseguía aquella mancha blanca por toda la habitación y un súbito flato comenzó a invadir mi alma, se estrellaba mi corazón contra mi pecho y pensé que mi pasado de ataques de asma comenzaría a torturarme de nuevo. Entonces se detuvo la mancha justo donde la vi por primera vez, sobre el lado izquierdo del marco del espejo. No podía apartar mis ojos de ella, ni puedo precisar cuanto tiempo pasó hasta que empezó a desvanecerse… y me es aún más difícil de expresar mi asombro cuando aparté mi mirada de aquel punto maldito y observé mi reflejo. Reinaba ahora en mi espíritu una pasmosa quietud… y frío, muchísimo frío. Pero juro por mi alma que ni en mis sueños más oscuros y paganos hubiese imaginado que la imagen que ante mí tenía fuese mi verdadera apariencia. Tenía el reflejo mis facciones, sí, pero me parecía imposible que esa fuera yo, que esa fuera mi mirada, mis pupilas… las pupilas de la imagen carecían de rastro alguno de vida, profundas, negras, completamente negras, asombrosamente distantes… pero aquella extraña falta de vitalidad en la mirada del reflejo no lo eximía de expresión. ¡Por todos los Demonios, no podía yo albergar esa expresión! El reflejo debía tener su propia horrible expresión, perforaba el vidrio con la mirada… Sentía yo una especie de extraña comunicación entre aquél ser en el espejo y mi propio espíritu.
Y entonces mi inquietud, que había crecido con el transcurso de la escena, se apaciguó de pronto, mi respiración se tornó más tranquila, más pausada y mi pulso pareció tornarse más lento que lo normal. La única explicación que soy capaz de dar a este hecho es mi súbito reconocimiento – o, al menos, una esperanzadora sensación de entendimiento – del significado de la mirada que mi espejo me dirigía. Sí, era exactamente aquella la forma en que yo hubiese calcinado con los ojos, si aún pudiera, a esa mujer que me trajo al mundo y me dio por primer techo una iglesita demacrada, o como yo hubiese visto a Don José, cuando me demandaba que satisficiera sus torcidas fantasías con ataduras en las muñecas… era con esa misma crueldad a quien me hubiese visto si yo no hubiese sido yo, si me hubiese notado y estudiado la clase de escoria que me había vuelto, cubierta de hermosura, con un vestido negro que provocaría hasta a un ciego, con aquella bufanda roja que formaba un hermoso conjunto con mi larga cabellera negra, con el alma vacilante, perdida, compuesta de pequeños cristales, pedazos de lo que alguna vez fui, que ya no encajaban, que ya no existían… Turbulencia era lo que a mi mente dirigía, mas, por extraño que parezca, era mi alma dueña de una paz absoluta. Silencio profundo cobijaba mi alma, contrastando increíblemente con el torbellino de pensamientos desordenados que se burlaban de mi nebulosa confusión. Disfruté entonces este descubrimiento, lo saboreé, tan placentera era aquella calma que no sentí moverse en mi ser un solo músculo cuando colgando de su brazo, la mano del reflejo comenzó a moverse. Bajé la mirada y confirmé la quietud de mi mano, mas los dedos de la imagen se contraían lentamente, uno a la vez, como ejecutando una alguna magnífica pieza para arpa en las sombras. Y aquella tranquilidad que me cobijó durante unos pocos minutos y el increíble sosiego que mi alma desconocía hasta ese momento me abandonaron en pocos segundos, se agitaron de nuevo mis pulmones y mis párpados dejaron de responderme. No podía, no podía dejar de observar aquella mano cubierta por tersa piel moverse hacia mí, saliendo del espejo, lentísima, mientras frenéticos eran los temblores de mis músculos, tan fuertes que me costaba trabajo mantener mi vista en un sólo punto.
Salió por fin la mano del espejo, era hermosísima y sus dedos asombrosamente largos, casi se le podría adjudicar la nostalgia de la lejanía lunar, aunque ansiosa; aquella mano, que fuera del espejo no era mano, sino espectro, se acercó a mí, en un teatro de agonía que parecía querer acabar nunca. Cuando intenté alejarme, noté que no era más la dueña de mis funciones motoras. Pero no me tocó aquella mano como parecía era su intención, sino que descendió hasta que sus dedos tomaron el extremo de mi bufanda, que no había yo terminado de colocar alrededor de mi cuello y sólo pasaba por mi nuca colgando inerte sobre mi pecho. Examinó su textura el fantasma, o al menos eso me pareció a juzgar por sus movimientos; y luego la soltó, y comenzó a alargarse y a ascender, como todo en este ritual, con una lentitud etérea y abrumadora. No tuvo más opción mi mirada que seguir aquella trayectoria vertical y, al llegar las primeras fibras al techo, exactamente sobre mi cabeza, se enrollaron en un gancho en el que solía colgar lámparas o algún adorno acorde con la época y que, visto desde abajo y desde el estado de histeria contenida en el que me encontraba, me pareció increíblemente amenazador. Así pues, descendió el extremo de la bufanda ante mis ojos desorbitados hasta encogerse circularmente, cual una pitón bajo algún maravilloso encantamiento árabe, sobre la mano extendida del fantasma que, a menos que mi percepción o mi memoria hayan profanado mis impresiones, era ahora distinta a como la vi por primera vez: ahora las capas de su piel casi transparente se desintegraban y sus huesos eran cada vez más visibles y horrorosos.
Cuando la tela francesa terminó de descender, desafiando mi ya cansada mente, salió la otra mano del espejo en la que hasta el momento no había notado un solo rastro de actividad. Me faltan palabras, me es absolutamente imposible describir con exactitud los movimientos sublimes con que colocó el espectro aquella tela francesa alrededor de mi cuello…mi garganta se agrietaba cual desierto sediento, sangrando con cada inhalación… ¡Y su sonrisa!, jamás olvidaré la sonrisa de la mujer del espejo, ampliándose sugestiva como el mismo sol; ni el vaho que emanaba, aquella respiración fatigada que sobrevivía de cada resquicio fugitivo mi existencia; ni sus manos… ¡Horrendas manos! ¡Magnífico reflejo de mi desventura, infinito y silencioso coloquio de mi sufrir!
Así sus manos limpiaron mis lágrimas en aquella noche tormentosa, y me observa ahora desde el umbral del espejo victoriano mientras escribo ante la urgente necesidad de dejar constancia de esta última escena en mi vida, cuyo telón caerá en unos pocos minutos. Sean estas letras las relatoras de la verdadera razón de mi paso por este mundo: ser afortunado espectador de este montaje majestuoso que sólo las Tinieblas y la noche en su tormento pudieron escribir. ¡Bendita seas tú, Diosa Lunar, enigma silencioso que desde tu elevado trono de sombras me cautivas, me posees con tus reflejos, con tus emanaciones melancólicas!
Tejido de agonía infinita ha sido todo este ritual. Mas debo reconocer que en esta noche que se despliega ante mí como una cortina fúnebre ha ordenado, junto a este espejo, mis aletargadas emociones. ¡Cuán vasta es la paz que a la Muerte precede, cual distancias entre soles, cual lluvia sobre el mar! El reflejo me observa, parado frente a mí, y me sonríe… No pasará mucho tiempo antes que ella, la del espejo, apriete mi bufanda contra mi cuello… Te vas, Vida, -¡bendita seas!- te vas y me dejas la tranquilidad más sublime, ¡la más gloriosa de las muertes!
Ana Gris.
martes, febrero 27, 2007
1812
Y danza ante nosotros el fuego entre la noche, proclamando a los vientos que se avecinan nuevas horas, nuevos aires y nuevos horizontes. ¡Levanten sus copas! Por las frases, las estrellas, los días, los eclipses... por la dialéctica del espíritu y por las letras que están por nacer.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)