-Decime que me querés, que me querés, o acá te morís...
No sólo era la amenaza. Era el calor, era el sol en contra: no podía ver el semáforo. Era la voz imprecisa, la patada exacta y expansiva justo en la boca del estómago, disparando sangre a la cabeza. Era la niña que iba en mi carro, petrificada en el asiento del copiloto.
-...ya, ya, que me querés decime o morís, te vas a morir acá...
Llevaba el vidrio abierto, tan solo la cantidad necesaria para que el hombre colara todo su brazo mugriento y lastimado. No me tocó, sino que abrazó la carrocería mientras se inclinaba hacia atrás, amarrándola, aferrándola a toda cosa. De cualquier forma, yo ya me había inclinado todo lo que podía lejos de aquella cara que ahora podía ver: pupilas grandes, cara sucia, mente rota, cuerpo joven, repulsivo, envalentonado, abandonado.
No había nada al final de aquel brazo sucio. Tampoco olía a alcohol. Estiré los dedos para presionar el botón y subir el vidrio, pero el brazo empujaba hacia abajo con tal fuerza que el vidrio se rompería; una fuerza directa y precisa que no coincidía con su forma de mirar, ni con el balbuceo.
-... que me querés, decime, me querés, decime, decí...
Y el semáforo no cambiaba. Sin observar demasiado, era fácil sentir que nada afuera cambiaba. La gente caminaba, el sol seguía azotándome la cara y el tipo me pedía que le dijera que lo quería.
-Quítese. -supliqué, -por favor, sólo quítese.
Dudó unos instantes. Parecía considerarlo. Decidió no forzarme.
-Andaaaaaate pues.
Deslizó con dificultad el brazo fuera del carro, una serpiente enferma de escamas oscuras. Se alejó revoloteando y zigzagueando, retumbando todo su cuerpo con cada paso, dejando bodoques de mugre en lugar de huellas.
Drogas, juventud y tristeza. Afuera nada ha cambiado, no: la gente camina y el hombre sigue triste.
Afuera nada cambia, jamás.
2 comentarios:
muy bueno andrea.
saludos andréa, me gusta este header... ya ando otra vez por los blogs... un gusto leerte
Publicar un comentario