jueves, febrero 05, 2015

Máscaras diluidas

Cuando la música se ha ido
y el ruido
y también las conversaciones

la conexión palpita cruda

en el silencio

sábado, octubre 18, 2014

Urbe (1)

No hay nada que se quede sin entregar desde la bóveda. Todo el músculo desde los dientes hasta la garganta: el flujo pluvial y absoluto, desplegado. Resulta la embestida lingual, la torcedura húmeda, el amalgamiento orgánico. Luego punzan los extremos hábiles de las diáfanas entregas al dolor absoluto, la confianza básica como única fuente posible de sumisión. También, el sofocamiento dentro del refugio de vidrio y el vaho vasto desde la conversación franca. Pero luego, la hora final trae el desprendimiento hacia la máscara. Otras pestañas hacia la misma boca de donde suenan las obvias palabras parcas, las logísticas y rectas y sin latidos; otros oídos. Llueve para acercar el cielo a las coronillas. Y las cinturas: en extremos opuestos de la ciudad estridente y exhausta.

miércoles, mayo 07, 2014

III.

ciertos fuegos se apagan rápido
los de combustibles ligeros
conversaciones cortas
intimidad de dos dimensiones dentro de una caja de cartón

resultan agradables, con todo
porque la calidad no importa demasiado
las manos tiemblan: tomame como dios te ayude
nadie te esta evaluando

y si eso se aplicara con quien de verdad importa
la cosa fuera más transparente
más honesta
quizá más iluminada

un poco de sinceridad daría quizá más esperanza

sonreír con colores crudos
y palabras claras
es vivir un poco más cerca
de la verdad

miércoles, abril 23, 2014

II.

dame unos minutos
torzamos los cuadros

mirá más allá de mí

los pétalos momificados son absolutamente tristes
y la belleza no pudiera ser más simple

ahí en el fondo están las piedras redondeadas por el tiempo
bajo los renacuajos

perfectos los pétalos en su perfecto centro

el agua diáfana

y la elección constante
entre las luces de la ciudad
y el olor de tu pelo.

los diarios o tus hombros.

la tele o tus historias.

no es tan complejo
cuando ves amor en las cosas simples

jueves, marzo 27, 2014

I.

no me traigas flores
ya están muertas

prestame tus ojos
entendé mis garabatos

dame tu corazón
cuidaré sus olas rojas
en mi pecho

martes, febrero 18, 2014

Tercer día

Mis versos eran variados.
Describían pasiones fugaces
o duraderas,
dibujaban los colores diarios
y los aromas comunes,
pintaban las cosas que me encontraba por ahí,
las que siempre estuvieron
o las que atravesaron mi camino.

Luego mis versos se volvieron tuyos.
Rasgaba, contorneaba,
saboreaba tu carne usando versos
y los bañaba con lágrimas felices.
Te escribía y te amaba escribiéndote,
te era sincera escribiéndote.

Hasta que los versos se detuvieron.
Debí haberlo visto hace mucho.
Cuando los versos murieron,
mi esencia se enterraba
en las arenas del alma:
las que se supone que debía vencer.

Eventualmente uno que otro salía a luz
llamitas fugaces de esa pasión que no moría
y de esos me aferraba
para convencerme
que íbamos en el camino adecuado.

Hoy me doy cuenta que mis fugaces versos
no fueron siquiera leídos,
fueron letras que nacieron de mis dedos y murieron en mis ojos...
cuando se supone que debían morir en los tuyos.

Pero ahora se que mis versos regresarán
porque las cosas nunca dejaron de sorprenderme
los colores nunca dejaron de alegrarme la vida
y los aromas nunca se fueron de mis memorias.

La diferencia es
que ahora no gastaré más versos
en ti.

miércoles, abril 27, 2011

Él (i)


te atraigo hacia mi separando mis brazos
tu cabeza descansa sobre mis pechos;
araño suavemente tu frente relajada
y con algo de torpeza mi mano te protege del frío
rozando tu brazo.
quizá no lo has notado pero debes cuidarte:
mi pecho estallará en cualquier momento.
podría mancharse tu piel de dicha y ternura,
podrías ensordecer con los gritos de placer que reservo en mis pulmones.
quién sabe, podrías enceguecer con la luz que he acumulado en mis entrañas,
justo esa que despiden tus ojos, amor,
cuando me dicen con toda la sinceridad del mundo
que me aman...

lunes, abril 18, 2011

Puerta

Hay puertas grandes y pesadas que les gusta ser barnizadas sobre su propia podredumbre. Prefieren crecer oscuras, deformes, pero con los bordes finos. Prefieren también estar cerradas, porque nacen abiertas y en general, las talla la rebeldía. Además son pretenciosas, y entre más barniz desfilan, más lenta y silenciosamente se cierran. Su edad no les impide tener sus bisagras bien cuidadas.

Y se van cerrando. Se cierran tan lenta y silenciosamente que las personas comunes -o poco observadoras o indiferentes, que es lo mismo- no lo notan. Y es hasta que llevan ya una bonita inercia que las bisagras chillan para anunciar su victoria: es ahí cuando quizá, con mucho esfuerzo, es posible mantenerlas abiertas. Ah, pero es difícil ya. Tanta capa de barniz pútrido han hecho a estas puertas bastante pesadas. Se requiere de acciones drásticas que las personas ya conocen, pero que el tiempo a estas alturas ha difuminado, o el orgullo apaciguado. El orgullo: el que lacera, el que grita, el que derrumba.

Yo tengo una de esas puertas. Está cerrándose y no soy capaz de abrirla sola. Y una vez que se cierre, abrirla será prácticamente imposible.