lunes, marzo 26, 2007

Trizas en tren

Olvidado en un rincón de mi disco duro, se hallaban estas letras que escribí para desahogarme un poco hace algunos meses. Mi primer impulso fue mandarlo directo a la papelera, pero al leerlo reconocí este escrito como parte de mi pasado y, por tanto, parte de lo que soy. Merece ser publicado.

Colillas esparcidas y suspiros etílicos son los fieles y únicos acompañantes del curso de mis ideas y mis letras. Es en noches como éstas cuando la presencia lunar se hace absolutamente necesaria, cuando en el alma turbulenta desfilan maldiciones, decepciones y conclusiones que -lo reconozco- son absolutamente estúpidas. Un tren de pensamientos y sensaciones desordenadas que se descarrilan de mi silueta, mi mente no es más que cavilaciones absolutamente erráticas, ridículas e incontrolables. Hoy la profunda decepción que inunda mi alma ha nublado todo intento de pensamiento coherente. Noches como estas imploran un haz de luna en lugar del filo metálico de la hoja con que corto mis memorias. ¡Mierda!, se me ha caído el vaso. Lamento el carácter volátil del dolor, torturante pero efímero, en verdad me hubiera gustado saborearlo un poco más. Lo lamento por el vaso, por el cuerpo, contenedores de ira, hechos pedazos; cada vez me es más difícil inclinarme sobre a la ventana y reflejar mis pupilas en el vacío, enfocar un punto y volverlo borroso, ordenar mi mente, o simplemente asomarme al espejo. Es así, es justo así como soy ahora, como eso que alguna vez fue un vaso y que ahora es un montón de pedacitos brillantes, húmedos por el llanto sepultado e ironías contenidas, dispuestos a sangrar al que se le acerque, tambaleándose en la ambiguedad profunda que conforman lo desconocido y la soledad.