jueves, octubre 05, 2006

Luces abismales

Se sentó con calma sobre la piedra más alta luego de haber caminado toda la noche, en un lejano amanecer de octubre. ¡Qué hermosa vista! Estando a la orilla del acantilado, sentía que se encontraba al borde del abismo más maravilloso del mundo. Tiernas partículas de rocío marino penetraban en sus arrugas y en sus rojizos y cansados ojos, y finos vestigios de cicatrices marcaban cada suceso que dió forma a su existir. Sólo esperaba la señal sin mover un sólo músculo. Podía estar sentado ahí de por vida.

De pronto, justo cuando el sol observaba directamente sobre su cabeza, abrió los brazos tanto como pudo y los cruzó de repente fuertemente sobre su pecho: abrazaba a un mundo iluminado, al cielo infinito, a las maravillas del universo, a un universo maravilloso, a las gaviotas huidizas, al solitario barco en la lejanía, a las algas marchitas, a las velas, a las olas... Luego de permanecer así un rato, bajó los brazos y mantúvose quieto cual estatua, con la mirada dirigida al sol, fija y agradecida. Permaneció con la vista fija hacia el horizonte y ni siquiera la poderosa presencia de la primera estrella lo sacó de su precioso trance. Mientras miraba al sol, clamaba poder verlo por siempre, congelar ese momento en el espacio, dormir inhalando el vacío, vivir en un eterno sueño de soles...

Cuando el sol se fue, el acantilado que a este hombre había invocado arrastró su cansado cuerpo hacia un interminable abismo de luces... y su cuerpo fue hallado hasta que otro crédulo se acercó a la roca para admirar al sol.

Andrea Grimaldi.

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