miércoles, octubre 18, 2006

Viejas penas

Corta cual dagas el viento suspirando en el campo. Tañen las rocas al juntarse a ciegas entre las sombras. Y corro. Y huyo y me canso. Y me hastío y lloro. Y caigo en el pasto y mis ojos escudriñan la niebla y el agua salada de mi asquerosa confusión, inundando las flores que, protegiéndose, cierran sus aromas centrales a la noche y a los fugitivos. Y pesan las penas, me aplastan el pecho, incineran mis pulmones, paralizan mi nuca.

Y luego de lo que me parecieron cinco largos siglos llega por fin la noche ligera. La noche sutil, la noche marchita. Y llora conmigo al principio, pero toma mi lugar y me impide o me prohíbe llorar. Gime por mí, se desgarra por mí... De repente se vuelve frágil, una extraña luz la atraviesa, se hace transparente... los pájaros curiosos la quiebran con la punta de sus alas y se la tragan con el roce de sus picos y el eco del reloj de mis entrañas parece gritarle a la noche traidora que lo deje en paz, que deje a su tiempo avanzar uniforme, constante, como es su vieja costumbre... y en respuesta grita y sufre la noche, mientras yo observo impávida su extraño comportamiento y me volteo luego hacia la niebla difuminada, a mi pavor huidizo, al rocío espolvoreado, a mi cobardía pulverizada, a las rosas solitarias, a la angustia de mis años, a los sabios sauces que hasta el momento todo vigilaban, a mi ignorancia, a la oscuridad y a mi reflejo desconocido, a mis risas, a mis dudas, a mis besos, a mis pasos...

E inhalo de repente, a bocanadas, como si los manjares del aire fueran novedad en mis pulmones. Y me pongo en pie, sorprendida, con mis viejas penas sobre mi cabeza que aún da vueltas... Y subo mi mirada... la niebla huye, maldice a las estrellas, y siento en mi pecho la fría caricia de la noche, ya calma...
¡Ah mis penas!... La noche las contempló, las tomó, las acarició, me las robó, las sufrió y a las tinieblas las arrojó.

¡Qué buena es la noche! A mis penas se llevó.

Andrea Grimaldi.

No hay comentarios.: